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El discernimiento es una gran virtud, casi imprescindible, pero que, a la vez,
es un don de Dios y hay que suplicarle constantemente el saber discernir. Si S.
Pablo señalaba: “Examinadlo todo y
quedaos con lo bueno” (1Ts 5,21), el discernimiento viene a ser la cima de muchas virtudes y
lo propio de los hombres y mujeres de Dios al saber examinarlo todo, quedarse
con lo bueno, y lo bueno siempre es la voluntad de Dios, la Presencia de Dios.
Este discernimiento es un examen, un
juicio que divide y separa, para hallar en todo la voluntad de Dios, o
interpretar los acontecimientos, o conocer qué es de Dios, y esto sólo lo
realizan los hombres espirituales, esto es, aquellos que viven sumergidos en el
Misterio de Dios, en profunda comunión con Cristo y siempre dóciles al Espíritu
Santo por la oración.
El que es espiritual reconoce –en el espíritu- los signos
de la Presencia
de Dios y de su voluntad. Lejos de convertir el proceso de discernimiento en
una técnica de examen, o en una disciplina que se “pudiese comprar” de algún modo,
su premisa es el trato y la familiaridad íntima con Cristo para saber entender
el lenguaje de Dios, descubrir su voz en todo.